Por medio de Paulina me he enterado, primero, de que estuviste en Miami — y me pregunto por qué no me llamaste — y segundo, de que has recibido mis cartas.
A Paulina la vi por casualidad hace unas horas en el Balducci’s de Broadway y Prince, adonde ella había ido de compras. Yo estaba bebiendo un espresso con mi amigo Jeff (toda otra historia, que tal vez te contaré más adelante) y ella estaba sola, escogiendo sus últimas chucherías mientras hacía cola para pagar. Me acerqué a saludarla, y al verme creo que se asustó. Lo comprendo — sabiendo cómo es ella, y después de lo de mi padre — y para tranquilizarla le dije que sólo quería noticias tuyas, que suponía que se seguían viendo. Entonces me contó que ustedes dos habían ido juntas de grandes compras a Miami para las Navidades. No quise hacerle más preguntas — aunque tuve la oportunidad, mientras la cajera verificaba su tarjeta de crédito —, creo que ni siquiera le dije adiós. No me extraña que alguien como ella tenga horror de conversar conmigo. Pero tú… ¿O no se trata de eso?
Tal vez simplemente no tienes nada que decirme por el momento, o no sabes qué decir — eso pienso, como último recurso. Sería típico. Recuerdo la vez que te conté que me había acostado con Fernando. Era la primera vez. Dejaste de hablarme durante semanas, hasta que un buen día fuiste a buscarme a casa y querías que te lo contara todo, y así comenzó una nueva etapa de nuestra amistad. Pero hace ya medio año que me marché, y me gustaría saber si todavía tengo una amiga en Guatemala. Por favor, si mis cartas te molestan, dímelo, aunque sea por medio de una postal.
4
4
Hace dos semanas fue mi cumpleaños, y pensé mucho en ti. Para comenzar te cuento que me he marchado de casa, como me lo había propuesto. Mi madre no hizo mucha bulla, afortunadamente. Tiene una aventura amorosa bastante intensa con un médico venezolano, así que creo que mi fuga le ha resultado conveniente. Además, como mi padre pasará el resto de su vida en la cárcel, es completamente libre.
No creas que te lo cuento para que me tengas lástima, sino para mostrarte hasta qué punto he roto los vínculos con mi familia. (¿Quizá porque siento que así, en cierta manera, me limpio del estigma que ha causado nuestro distanciamiento?)
Me he mudado al apartamento de Jeff, que es ahora toda mi familia. No sabes qué gusto da tener una familia que tú misma has escogido, en lugar de una que te ha sido impuesta. Supongo que es una prueba de madurez.
Jeff es músico a ratos perdidos, y para ganarse el pan trabaja en un laboratorio odontológico, haciendo empastes y puentes. Lo conocí hace unos meses, en una clase de danza africana, donde él acompañaba con sus congas. Era una de esas clases en Downtown a las que yo tenía que acudir clandestinamente por las tardes, después de mis clases de arte en Midtown. Nos enamoramos y ahora vivimos juntos, sencillamente. No creo que sea para toda la vida; mientras tanto, yo feliz. Él tiene veintiocho años, pero parece de nuestra edad. Es lo que se dice un ser libre. Trabaja mucho de lunes a viernes, pero los fines de semana con él son una verdadera fiesta; siempre tiene que tocar en algún club (pertenece a varios conjuntos), y luego nos vamos de copas o a bailar y lo demás.